Reseña: En uno de sus Sermones, Eckhart describe un no-lugar donde Dios, en Eterno Silencio, está rodeado de sus ángeles y engendra sólo el Verbo. Ese es el silencio cuya reflexión habita en Fra Angelico, al concebir su pintura para Contemplatio. Ese silencio sobreviene al detenerse lo sucesivo, porque sus figuras no habitan el plano naturado, alzándose por encima de multiplicidad y temporalidad. Y más aun, hay silencio y estado de ausencia, en la anamnesis de lugares que nos parecen extrañamente familiares. Precisamente porque no están atados a la identificación de lo individual. Análoga extrañeza de percepción de espacio que describe el Timeo, y que Merleau-Ponty asocia a la noche. Pero estas escenas de Angelico son luz pura, luz y color propios del vitral gótico. Así, Plotino, Dionisio Areopagita y San Buenaventura se presentan en su obra. Las tablas de Angelico conservan parte del sabor del Trecento y a su vez incorporan las enseñanzas de Masaccio. Su existencia intramuros, en los conventos de la Orden de Predicadores, no desdice su salir al mundo, en pleno Quattrocento; allí está esa belleza que celebrará Marsilio Ficino.